viernes, 21 de agosto de 2009

Cabeza de zebra

Regresé a mi patria no tan chica, patria de tierra verde y negro mar. Como siempre me saludó con sus palabras arcanas, que recuerdan el rugido del océano embistiendo contra los acantilados.

Me iba comiendo kilómetros y cabeza a partes iguales, con una cucharadita de cal y otra de arena (que nunca supe, ni quiero saber, cuál es la mala y cuál la buena). Pero duró poco, pues estoy venciendo a pesar de la lejanía y la proximidad, a pesar del olvido y la memoria, a pesar del silencio y de su voz, a pesar de él y de los otros y de nadie. A pesar de todo eso, yo.

Como decía, una vez escapé de su presencia y su ausencia, llegamos. Aparece la ciudad bajo nuestros pies (ruedas) como un anfiteatro de riscos. Y de noche, ya en el palco de la ría, nos rodean luminarias de aquelarre urbano. La ciudad de las cuestas.

Unas cuantas de ellas subimos y bajamos hasta llegar a nuestro destino. Un templo dentro del teatro. Allí Kaos. Bacanal. Euforia. Negro y blanco, rayado, parpadeante y epiléptico. Supongo que lo que allí viví se podría definir como místico: dejar de ser y simplemente hacer.

Larga vida a las zebras.

Y allí estaba yo, a orillas de mi agua preferida, a orillas de mi gente preferida, a orillas de mi vida preferida. A orillas. Pero las olas lamen mis pies, y soy feliz.

Y no llovió.

Escampa en el Cantábrico.

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Y tú, gemelo… quieres ser siamés o es que me estoy volviendo loco?

Quiero terminar el crucigrama, pero no se donde colocar tu maldito ventrículo izquierdo.

Sea como sea… no me sueltes de la mano, amigo


miércoles, 5 de agosto de 2009

Espuma de afeitar

Goterones. Ruedan por la mampara. Que los separa en sus dos hojas. Dentro y fuera. Caen paralelos e inaccesibles a ambos lados, hasta su tumba de cerámica o algodón.

Mampara de piel: gotas de sangre, gotas de agua.

Encuentro. Del talón con la baldosa, de la baldosa con la gota, de la gota con la gota, de la gota y el talón. Que rompe filas de guerreros y tiene el ánimo de un león.

Tres latidos, del calor al frío. Vaho, pudoroso, cubre las vergüenzas al espejo. La mano lo desempaña cumpliendo la diaria violación. Tres fricciones, del opaco al transparente.

Atención, el deseo aparece en escena.

Deseo se mira. Deseo se desea.

Desea mechones de fuego mojado. Fuego negro de la primera noche. Estrellas rojas en las manos. Anchas, fuertes, rudas. Rudas estrellas de cinco puntas y una voluntad. Caen las estrellas como jengibre por el ombligo. Se toca, sonríe, se huele. Su aroma resiste las duchas y los geles y permanece atávico en su piel, enredado en su vello, perdido en lúbricos huecos. Almizcle, semen, lágrimas rancias. Sudor poplíteo y bicipital, sudor de clavículas y perinés. Glándulas de instinto.

Instinto que se derrama por el muslo hasta los pies, desnudos sobre el adoquín. Lava candente. Acero silbando. Vapor de sangre, de carne y de piel. Sublimación somática. Plasma sexual.

Espuma de afeitar.

Espuma en las manos, rellenando la línea de la vida, culminando los nudillos, enterrando las uñas, cabalgando entre los dedos y buceando sobre las palmas.

Solemne, se lleva las manos a la cara.

Huele a hombre. Huele a hombre tan profundamente que es difícilmente soportable. Huele a gemidos y huele a besos en la frente. Y a taquilla, camisetas, vaqueros. Huele a reflex y a cloro y a vinilo y a césped. A queso, a chandals azul turquesa, a baños de parís, a nombres canarios. Huele a cerveza, a canchas prohibidas, a sal y tentación.

Huele a Hombre.

Coge la cuchilla y se dispone a rasurar el olor. Se corta debajo del mentón. Fluye un río de hierro rojo por el cuello. Se escurre por la prominencia del pecado y llega hasta el manubrio del puñal.

Rojo y blanco, bodas de sangre.

Deseo mira su reflejo. Deseo desea su reflejo. Su Reflejo le abraza por la espalda y le planta un beso en el cuello.

Tacto de lengua, sabor de piel.

Sangre y espuma de afeitar en los labios.