lunes, 28 de diciembre de 2009

Avada Kedavra





Verde.

Como los ojos de una dríada y el vello púbico de un fauno. Es tener un orgasmo en una jungla de algas.

Verde

Como los helechos del Edén. Una promesa que nunca se cumple del todo. El pecado en el que debes caer.

Verde

Como el heleado de pistacho. Está escondida en un infinitesimal de tiempo y sabor.

Verde

Como el sable de Yoda. Fuerza, templanza y sabiduría.

Verde.

Como la electricidad de otro universo. Nunca nos electrocutará del todo.

Verde.

Como un cuchillo ritual azteca. Requiere sacrificios. Está hecha de símbolos. Se mata en su nombre.

Verde

Como un perro rojo. Depende del cristal con que se mire.

Verde.

Como el nombre de la Tierra. Como el nombre del Viento. Es una sílaba impronunciable e incomprensible.

Verde

Como un trébol de cuatro hojas. Nunca sabes cuando ni donde te la vas a encontrar.

Verde

Como el mar cantábrico. Te emborrachará de espuma y sal.

Verde

Como una maldición imperdonable. Solo la muerte le da sentido.

Verde feérico, brillante, primitivo y telúrico. Verde que nace, crece, muere y resucita. Verde lisérgico. Ultraverde.

La alegría vibra a 550 nanómetros.


viernes, 18 de diciembre de 2009

De llaves y cruces


No sé si se han percatado de un símbolo que se repite en nuestra jornada como una pauta infranqueable. Un símbolo que se encuentra en los vidrios de nuestra Residencia, en la puerta de nuestra Facultad, en las baldosas de la Casa del Estudiante y presidiendo el despacho del rector.

Quizá si les digo Sapientia Aedificavit Sibi Domun algo se despierte en su memoria. Y quizá recuerden también lo que dicha frase circunscribe: una tiara papal y las llaves de San Pedro. El escudo de la Universidad de Valladolid.

La sabiduría edificó aquí su hogar... parecería más bien que fue la Iglesia quien lo hizo. La bandera del EStado Vaticano consta de sendas llaves de plata y oro cruzadas sobre una triple tiara. Las llaves representan las que posee San Pedro para permitir o denegar la entrada en los cielos. La tiara es un símbolo de la figura papal, que otorga a los hijos de San Pedro la capacidad de atar y desatar, así en la tierra, como en los cielos.

Me suscita pasmo y temblor (y creo que a todos debería suscitárnoslo) el que una institución aconfesional de un país aconfesional presente en su emblema símbolos de una religión (que no es oficial) y de un país (que no es el suyo).

No es ésta la única improcedente injerencia de la simbología cristiana en nuestras aulas. Todo aquél que suba las escaleras de la Facultad de Derecho podrá sentir en la nuca la mirada maderescente de Cristo Crucificado. No un cristo pequeñito y apenas visible, sino un señor Cristo con sus dos metros por metro y medio, no vaya a ser que por unos kilitos de menos no recibamos la gracia del señor en los exámenes.

Además de esto, si buscamos encontreremos multitiud de pequeños detalles chirriantes. Por ejemplo, el calendario de las fiestas universitarias, marcado por el santoral. O los discrusos religiosos que nuestro querido rector se dedica a pronunciar en las procesiones de Semana Santa. También la tradición (y parece que todo se soluciona y justifica con esta mágica palabra) de realizar actos tales como la apertura y la clausura del curso o la ceremonia de graduación, en la catedral y bajo la bendición del presbítero de turno.

Hace mucho que los muros de la Universidad deberían haberse separado de los del Reino de Dios. convivimos dentro de esta Alma Mater gentes muy diversas, con distintos credos o con ninguno, con pensamientos dispares y visiones opuestas. Pero todos debemos caber en ella, pues esa es la grandeza de la razón humana.

Por eso, como estudiante de esta Universidad, reclamo sentirm identificado con sus símbolos que, consecuentemente, solo podrán estar basados en los ideales universales que deben sustentar nuestra vida como académicos, verbigracia, el amor por la sabiduría, la búsqueda de la verdad y el altruismo hacia la humanidad.


David González Martín (Marat)
Casillero de la cuadragésima edición de Octava Planta

lunes, 7 de diciembre de 2009

La soledad de las estrellas.



Plástico fluorescente

Oscuridad tecnicolor

La velocidad de la luz

Es lo que nos separa.

Porque si algún día llegas aquí

-Cinco milímetros a tu derecha-

Yo estaré ya muy lejos

-Cinco milímetros a tu izquierda-.


Las estrellas que ves

Ya están muertas y enterradas

Romances de gigantes rojas

Que jamás juntarán sus llamas.

Pues nada va más rápido

Que la velocidad de la luz.


La relatividad gasta bromas pesadas.

Tragedias cuánticas.


(pero si fuéramos dos taquiones entrelazados,

si pudiéramos viajar a la velocidad de la oscuridad…)