domingo, 4 de abril de 2010

Domingo de Insurrección

Que hoy se escondan las cucarachas vaticanas, porque no están a salvo. Ni las negras ni las rojas, ni si quiera la gorda reina blanca.

Ratzinger (incluso su nombre suena a insecto) ha sido acusado ante la justicia internacional por encubrimiento de pederastia. Cómo habría cambiado la historia si también se hubiera acusado a Juan Pablo II por promoción de pandemias, a Pio XII por colaboración con la barbarie nazi, a Urbano II por genocidio y a todos y cada uno de los sucesores de Pedro por asesinato, creación de odios y defensa de la intolerancia

No negaré que denunciar al máximo representante de la iglesia católica me produce una sensación orgásmica incomparable. Tampoco voy a ser tan inocente como para pensar que este acto de un particular va a cambiar mucho las cosas. Pero ya alguien ha tirado la primera piedra. Yo tiraré siempre que pueda la mía, todos podemos hacerlo, pues todos estamos libres de pecado. El pecado se lo inventó la iglesia para tenernos maniatadas las conciencias, para revolcarse en su propia bajeza humana y para tener una excusa con la que intervenir en los “asuntos terrenales”.

Transformemos todos este domingo de resurrección en un domingo de insurrección. Que nuestras inteligencias revivan y que el espíritu revolucionario nos permita hablar todas las lenguas y entender todos los misterios. Que recibamos el fuego de la rebeldía. Que los poderosos no nos tienten ni nos compren por muy árido que sea el desierto. Que no neguemos nuestros ideales tres veces antes de que cante el gallo. Que no vendamos nuestras creencias por veinte monedas de plata. Que la justicia crucificada salga en tres días de su sepulcro. Que tomemos el fruto del árbol del conocimiento y del árbol de la vida. Que no hagan falta milagros para curar a los leprosos porque las farmacéuticas se vuelvan solidarias. Que nadie comercie en el templo. Que no haya cesar ni dios que reclame tributo alguno. Que el hombre no se postre ante ningún ídolo. Que todos los seres humanos nos amemos como hermanos.

Empezar la insurrección es muy fácil. Solo tienes que gritar con tu carne, tus vísceras y tus huesos: “Yo acusó a Yhve. Que se pudra en las cárceles del valhala y pague con sangre de dios toda la humana sangre vertida”.

Y que una marea roja inunde la plaza de San Pedro.


Tensión sexual no resuelta

En el vasto páramo que va

de la potencia hasta el acto

te puedes encontrar

una pintoresca y gris fauna:

Frases de disculpa grafiteadas,

murciélagos en forma de condicional,

equidnas con pinchos de desengaño,

estrellas rojas subacuáticas.


En el erial que se extiende

por el país de los posibles

crecen vergeles muertos

de una profusa y pervertida flora:

Árboles que dan frutos de abril podridos,

mohos que trepan por las piernas,

uñas que brotan de la tierra

cubiertas de mugre e instintos.


Pero lo que más abunda

en los reinos de Aristóteles

son los seres inertes

de una geología plutónica:

Ruinas de lo que pudo ser,

polvo estéril de lo que no será.

Senderos espirales

de geometrías no-euclidianas.


Y un montón

De tumbas de cobardes.