jueves, 20 de mayo de 2010

No entres en el callejón


Al lado de mi colegio había un callejón. Como todos los callejones que se precien de llevar tal nombre, tenía aspecto lúgubre, sus paredes estaban grafiteadas y, por supuesto, no tenía salida. Ademas su suelo estaba inclinado y las tuberías desembocaban libremente en él, por lo cual solía estar permanentemente encharcado y lo recuerdo plagado de lagartijas enormes.

Ese callejón solían frecuentarlo los que para mí eran los "chicos malos". De hecho, callejón y vándalo eran dos conceptos para mi inseparables, tanto que no sabía si era el callejón el que había atraido a los chicos o los chicos los que habían generado a su alrededor el callejón. El caso es que ahí estaban, y los veía desde mi ventana de tercero de primaria, fumando y haciendo todo tipo de cosas prohibidas.

Yo, por supuesto, no pisaba jamás el callejón. Aquellos niños tan mayores me producían al mismo tiempo miedo, curiosidad y fascinación, envueltos siempre en olor a desobediencia y a tabaco.

Las madres advertían a sus hijos sobre el callejón y los peligros de las malas compañías. "no entres en el callejón, juega con los niños de la plaza" y en cuanto uno se acercaba un poco, su madre le llamaba la atención.

Tengo la sensación de que aún sigo siendo ese niño mojigato sentado en las escaleras de la escuela, mirando con asombro, con ganas y con incredulidad a los otros osados. Tengo la sensación de que toda mi vida me han estado gritando una y otra vez ¡no entres en el callejón! Me lo han gritado mis padres, mis profesores, mis amigos. Cada uno de los saludos que he cruzado con un vecino ha sido un grito de advertencia y de prohibición. ¡No entres en el callejón! Cada examen, cada nota, cada cifra. Cada comparación, cada enhorabuena, cada cena navideña. Detrás de todos los parabienes permanece siempre latente un: y no se te ocurra cambiar y no se te ocurra cejar y no se te ocurra dejar de ser quién nosotros creemos que eres, quien todos esperamos que seas, quien debes, sin duda alguna, ser.

Y aquí me han conducido mis pasos. Siempre lejos de la vereda prohibida. Contemplándola siempre desde lejos. Teorizando la rebeldía y cantando a la insumisión desde un asqueroso parapeto intelectual. En mi vida real me mantengo fiel a la lógica social que tanto critico en el espejismo cobarde que me ofrece mi cerebro. Porque tengo pavor de dar un paso fuera de ella, de acercarme al callejón al que nunca he entrado. Porque yo me defino a mi mismo a partir de los demás y de mis relaciones con ellos. Y ellos me han encadenado. Me han atado con las enredaderas del hábito.

Esta noche, liberado por un instante de la pesada carga que soy yo mismo, me paro a contemplar. A un lado, el callejón de mi subconsciente: oscuro, húmedo, tentador. Al otro lado un ordenado bulevar con edificios grises a los lados y civilizados árboles verdes en el centro.

Me pregunto cuál es en verdad el que no tiene salida.



Qué más te da si trajino
si tuerzo el camino
si le meto al vino.

Qué más da si me orino
en este destino
para el que he nacido.




posdata: mi madre no era de las que advertía sobre el callejón. lo único que me pedía es que fuera verdadero, real y sincero. Es decir, auténtico. Ese es el mayor regalo que me han hecho y no sé si le he prestado suficiente atención.

domingo, 2 de mayo de 2010

Declaración de principios

Hermanos
yo los amo a todos.
Cómo no voy a amarlos
si hemos sido alimentados
por la misma tierra
y la misma sangre
y la leche de idénticas estrellas.

Norteños o australes
nos dedicamos a girar
pendidos del universo boca abajo
sujetos a la materia por los tobillos
y dando inútiles saltos por alcanzar
algunos el sol
otros la luna
urano, plutón o el cometa halley.

Hermanos
los tengo metidos en las entrañas.
Cuando se matan entre ustedes
me desgarran las palabras
y el tórax se me llena
de una tinta malsana.

Los amo a todos,
pero no vayan a pensar
que soy amigo de relativismos,
que pienso que no hay bien ni mal
y que todo me da lo mismo.
Yo condeno la injusticia
y celebro que haya justos;
aborrezco el poder
y bailo con los ácratas;
reniego de la mansedumbre
y abrazo a los rebeldes.

Desprecio a los ignorantes
que creen poder comprar la vida
como si la sangre estuviera en venta
o pudieran poseer el ciclo de Krebs.
La vida es algo eléctrico y libre:
no cotiza en bolsa, no tiene intereses,
no es almacenable ni transactible.
Los perros no se prostituyen cuando lamen
los periquitos no cantan por salarios
las iguanas son dueñas de su día y de su verde.
Jódete Bill Gates, con todos tus millones,
jamás podrás comprar un dinosaurio
ni la babosa vida de un caracol.

No entiendo a nacionalistas
locales ni estatales
orgullosos de una cosa
que no existió jamás.
Mi patria son los hombres,
mi patria es de recuerdos,
mi patria está hecha de carnes,
corazones y cerebros.
No la busques en el suelo
pues galopa sobre el viento,
llega a cada rincón
y en cada hogar tiene asiento.
Lo que yo llamo patria no es más
que fuerte y alegre y amada humanidad.

No creo en democracias
que permiten monarquías
de reyes o de billetes
o de porras o de mentiras.
El poder no está en el pueblo
cuando no es suya la tierra,
cuando le roban el tiempo,
cuando le compran la fuerza,
cuando le alinean los cerebros
y le alienan la conciencia.
La libertad está presa
en urnas y televisores:
cajas tontas que cada x años
se intercambian las votaciones.

Odio a los que no entienden
que hay cosas más allá de su ombligo
y pisan y escupen y muerden
a los que no eligen su mismo camino.
Mojigatos, fariseos, puritanos
que ante todo se escandalizan;
dicen que el sexo es pecado
porque odian el placer y la risa.

Maldigo, pues, a los poderosos
a los que mantienen este orden abyecto
a los que se manchan las manos de sangre
a los que ya no les caben los muertos
dentro de sus cabezas,
dentro de sus corazones,
sobre sus espaldas
y en sus habitaciones.
Todo lleno de muertos
que con ojos ciegos los miran,
que con lenguas mudas les increpan,
que un día juzgarán sus fechorías.

Cuando ese día venga
yo me armaré con lo que toque:
lapiz, cuchillo o clavel;
para defender las alegrías
en esta tierra que es la mía,
que es del sueño y es del hombre;
para hacerla florecer.

Y cortaré los talones
de mis hermanos amados
llorando por los tendones
que me habían pisoteado.
Hasta hacer un cementerio
lleno de pies y de botas:
mejor muñones bellos
que esperanzas rotas