viernes, 13 de noviembre de 2009

Los epitelios del alma

La misma noche que hace blanquear los mismo árboles

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no lo quiero, es cierto, pero cuanto lo quise.

Es tan corto el amor, y tan largo el olvido…

Cada persona a la que amamos, a la que amamos de verdad, nos deja una impronta, nos marca, pasa a formar parte de nosotros. Es como una epidermis que nos recubre la razón y el recuerdo y que se infiltra con atávicas y desconocidas raices hasta las cavidades más profundas del cerebro.

Este nuevo neocórtex, esta corteza erótica, tiene, como todo tejido, un proceso particular de crecimiento y degeneración. Se compone de sucesivas capas de amores fallidos, terminados, olvidados o no correspondidos, que se van acumulando como escamas después de haber sintetizado frenéticamente locura, obsesión, deseo y éxtasis.

Sin embargo, estas células muertas se van depositando capa tras capa, estrato tras estrato. El dolor inicial se transforma en un sentimiento más tranquilo, en un recuerdo, en una sombra de una sombra. El peso de todas ellas conforma nuestros pensamientos sin darnos cuenta. Cada uno de estos hitos nos ha ido creando. Somos ni más ni menos que aquello que amamos.

Una de esas capas está dando en mi sus últimos estertores. Sé que no va a morir del todo, que solo se va a transformar, pero tengo miedo de lo incontrolable e impredecible del cambio. Porque todo en esta vida es irreversible y, para que nada cambie, todo tiene que cambiar.

Y junto con el miedo, siento tristeza. Una tristeza lenta y triste que se acumula plomiza en el tórax. Una tristeza que es una melancolía, una nostalgia de la comezón que pica y escuece, de la irritación de los epitelios del alma.

Así que una parte de mi debe despedirse y dar las gracias. Pero otra siempre continuará ardiendo un poquito como un recuerdo lejano de lo que un día fue.

Aunque éste sea el último dolor que él me causa

Y estos sean los últimos versos que yo le escribo.




1 comentario:

  1. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise...sólo la forma resignada y dolida de mostrar que la/le/lo sigues queriendo. Y, es más, me atrevería a decir que ese querer ya no es superficial, de ese que se muestra; es un querer profundo y no palpable, demasiado fuerte como para explicarlo...demasiado fuerte como para dejarlo salir.

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